-->

lunes, enero 2

Mae

Kendo no lo es todo. De hecho, es solo una vía para el resto de elementos de mi vida: amistad, superación, amor, actitud, carácter. Kendo es el puente que conecta estas áreas, formando una especie de red neuronal o galaxia que alberga estrellas que albergan planetas que albergan vidas y recuerdos en su interior; me permite conectar islotes a una distancia a veces remota, a veces cercana, pero siempre abstracta. Subconsciente. ¿O subyacente?


El enfoque del kendo como medio y no como unidad en sí mismo funciona, al menos a mí. No tiene por qué compartirlo; es su belleza, así funciona. Antes solía pensar que el kendo era un pilar de mi vida tan grueso que podría sostenerlo todo, incluso a una misma, en épocas cercanas a la rendición; esta idea desencadena una cantidad de frustración elevada que resquebraja el kendo. Agrieta los puentes. Esta idea (una sola cosa aguantará lo demás) es inviable. Si quieres que el puente aguante, reparte el peso en varios lugares. Si quieres que el puente dure, constrúyelo con el material adecuado. Si quieres seguir entrenando durante muchos años, no dejes que el kendo soporte tu kendo. Es todo lo precisa que puedo ser.

sábado, agosto 27

Conciencia plena

'Mindfulness' es una palabra inglesa que tiene varios significados en nuestro idioma, pero no una palabra concreta que la defina a la perfección. La mayoría de las veces se traduce como 'atención plena' o 'ser consciente de algo'. Bajo estas acepciones surge una interpretación relacionada con la ansiedad que puede provocarnos una situación. La idea que yo busco en 'mindfulness' es la de 'prestar atención al momento presente sin hacer juicios de valor': distanciarme de los pensamientos que fluyen por mi mente y ser consciente de ellos sin abrumarme. Cada pensamiento es una mariposa que viene y va. Nada más. Nada menos.

En kendo, la conciencia plena es un estado complicado de alcanzar. Imagino que conforme uno alcanza grados con la espada, lo hace con la mente, y simplifica conceptos que antes abordaba con demasiadas palabras. Si cada kenshi nos diera la clave del kendo, las respuestas irían proporcionalmente de menor a mayor complejidad al grado del practicante, de ahí que obtuviéramos desde respuestas técnicas (hombros relajados, manos fuertes, cuerpo recto), conceptos claros y abstractos al mismo tiempo (respira), hasta imágenes que se asientan en el inconsciente esperando el momento adecuado (el seme es penetrar una cascada). Como aún es demasiado pronto para entender las quimeras de los demás, y creo que siempre permaneceré en ese limbo de saber y no saber al mismo tiempo, al menos intento ser consciente en cada entrenamiento de los músculos que muevo. El conflicto surge cuando una quiere llegar a todo lo que explica el sensei a todos los niveles sin descuidar el objetivo propio. A largo plazo provoca estrés, ansiedad, ánimos por los suelos, y en el mejor de los casos, lágrimas. 'Mindfulness' también reconoce el derecho a pasar por estados difíciles dado que forman parte del aprendizaje y siempre, siempre, siempre tienen punto final.

lunes, julio 11

Mi dojo, mi familia

Hace casi un año y medio vine a vivir a Madrid. Lo primero que hice fue buscar un techo. La segunda, un lugar donde entrenar. Cualquier emigrante tiene que hacer frente a una serie de preguntas al respecto: ¿quiero que mi casa esté cerca del dojo o del trabajo? ¿Qué horarios tienen? ¿Cuánto cuesta la inscripción? ¿Y cómo serán los kenshis que encuentre allí? Con al menos estas incógnitas en la cabeza te pones a buscar referencias, encuentras buenas y malas, cotejas, te lo piensas, los buscas en redes sociales, te pasas un día a ver el sitio desde lejos y si te entra por los ojos, cruzas la puerta. Este es uno de los caminos. Otro, que ya conozcas a alguien que entrena allí. Y otro, que decidas en función de la impresión que te da ese dojo.

Alguien cercano comentó hace poco que en el zekken llevas dos nombres: el tuyo, que te pertenece, y el de tu dojo, que debes cuidar. Con esto se refería a ser consciente de la responsabilidad que conlleva practicar fuera de casa. Muchas veces nos basta un mal gesto en particular para hacer un juicio general que podría determinar decisiones futuras. No sé. Elecciones tan triviales como a quién elegir para hacer katas. Elecciones tan importantes como tachar un club de la lista. Elecciones que acarrean rumores inapropiados o anécdotas divertidas o fama, sin más adjetivos. Elecciones, al fin y al cabo, tomadas a raíz de actitudes ajenas. Lo ideal es que tratemos de ser siempre la mejor versión de nosotros mismos. Ya no solo por nuestro bien, sino por el de los compañeros que pelean a nuestro lado y que pretenden llevar el kendo cada vez más lejos.

lunes, agosto 3

Kendo y la niebla

Una de las mejores frases que he oído del sensei venerable es que sobre todo tienes que entrenar los días que menos te apetece porque son los que más cunden. Es verdad que en esos momentos tengo que hacer un esfuerzo extra para ponerme el bogu, pero también salgo del dojo mucho mejor de lo que entro. Sin embargo, ¿qué pasa cuando no es así? ¿Cuando lo que pasa es que has trabajado con una malísima actitud, que no te has concentrado, que has entorpecido a tus compañeros, que, en definitiva, no dejas tu equipaje fuera?

Siempre diré que kendo ha mejorado un sinfín de aspectos de mi vida. Sobre todo, mi tolerancia a la frustración. Tengo poca paciencia y cedo a la presión, lo que genera dos caminos: la desesperación o la evasión. La primera me bloquea, como si sufriera un cortocircuito. La segunda me marca la casilla de salida. Kendo consigue que cada día me enfrente a ciertos temores que tienen que ver única y exclusivamente conmigo pero que afectan mi manera de relacionarme con el resto del mundo.

Aun así, existen días en los que no puedo. Las cosas no salen bien. Por mucho empeño que ponga parece que no me reconcilio con la vida. Suerte que los entrenamientos se acaban y vuelven a empezar, suerte que los malos días se emborronan con el aprendizaje de los días mejores. Y suerte que a veces nos rodeamos de quienes dicen justo las palabras que necesitamos oír, no porque nos acomoden, sino porque nos despejan.

domingo, junio 14

Sé un buen motodachi

Tras el seminario de Hanazawa-sensei y Zago-sensei (de quien eché muchísimo de menos sus consejos y sus desplazamientos con cadera hasta la extenuación) descargo parte del equipaje kendoka y cojo nuevas cosas, virtudes y fallos, para continuar trabajando en ellos allá donde esté. También le digo adiós a abril con experiencias que todavía sigo rumiando. No soy la primera persona ni seré la última que recibe consejos de kenshis menos experimentados, ni tampoco en recibirlos de manera poco agradable. Me parece importante hacer un alto en el camino y considerar el proceso emocional, que siempre lo hay. En el mejor de los casos es un asentimiento de indiferencia y a otra cosa, pero cuando no, conviene explorarlo.

Lo primero que sentí fue rabia. Me vi preguntando mentalmente a esas personas: ¿quién eres tú para decirme eso a mí? Viendo, primero, que no se aplicaban lo que decían, y segundo, que su labor de motodachi estaba entorpeciendo mi propio trabajo. Recuerdo el momento como un chispazo de furia e incredulidad: ¿cómo era posible aquello? Yo, que estaba intentando conciliar sus errores con los míos, sincronizar el ritmo..., en definitiva, activar el aiki, de repente me doy de bruces con una situación incómoda. Kendo me ha ayudado a aceptar de buen grado las críticas. Quien bien te quiere, te hará mejorar, así que no merece la pena pensar que mis compañeros van a criticarme sin fundamento, y menos aquí, donde los consejos se acercan más a apreciaciones personales de lo que proyectamos en los demás. Y aun así sentí rabia porque no solo chocamos con nuestra forma de hacer kendo, sino con la forma de concebirlo.

Pero ¿quién eres tú para decirme eso a mí? tiene otras implicaciones: orgullo, trayectoria, falta de humildad, reflexiones y preguntas. Orgullo porque sentí que ellos no estaban en condiciones de criticar nada; trayectoria porque los años son buenos avales de la experiencia; falta de humildad porque en el momento no fui capaz de ver ni buena intención ni sabiduría en sus palabras, solo que alguien intentaba limitarme; reflexiones porque de estos encontronazos siempre te llevas algo, moratones incluidos; y preguntas, y aquí es donde realmente me gustaría pararme, porque lo importante no radica en la discusión, sino en ideas como: ¿por qué infravalorar los comentarios de un kenshi de nivel inferior? ¿Nos vemos con derecho a esa, digamos, supremacía? Y al contrario: ¿no es normal picarse cuando deberían respaldarnos todos los años de entrenamiento y todas las experiencias? ¿Un kyu no puede toser a un quinto dan pero sí a un shodan? ¿Y si ese shodan carga con mucho más equipaje que el kyu y este no lo sabe y está actuando con condescendencia? ¿Y si ese kyu ve con más claridad precisamente porque mira desde la simplicidad?

No sé. 

martes, febrero 3

Atacar sin miedo

A veces un kenshi se pone frente a ti y no sé, piensas: bien, voy a ir a por todas. O derivados; cualquier frase que nos empuje a hacer un kendo elegante y competente. Otras veces, y me ha pasado más de las que voy a reconocer públicamente, he tenido delante a alguien que me ha inspirado mucho miedo. Lo primero que pienso en esos casos es que quiero desaparecer de allí. Esta idea es como una estrella fugaz en mi mente. Viene, se va y deja una estela de inseguridad que se plasma en mi kendo apenas un instante después. Así, me veo a la defensiva, esperando, esperando y esperando... ¿qué? Mis brazos se agarrotan, las piernas no se mueven, la cadera no va hacia delante, los pies se mueven en círculos. En definitiva: no estoy haciendo lo que sé hacer. Mi cabeza se está preocupando por cosas inútiles, como qué hará mi contrincante cuando yo haga otra cosa, o qué pasaría si yo hiciera presión para men y luego diera do, por ejemplo. Diría que lo visualizo en segundo plano, pero al mismo tiempo me distrae. Estar a la expectativa no es lo mismo que crear la oportunidad y aguardar al momento exacto. Supongo que un buen kendoka es tanto el que gana pronto como el que gana en los últimos treinta segundos; el primero porque las circunstancias le han hecho ser resolutivo y el segundo porque ha estudiado al oponente hasta que ha encontrado la brecha.

Me costó años librarme de ese miedo tonto, y creo que vuelve con fuerza cuando estoy de bajón mental o físico, pero sobre todo mental, porque es la cabeza la que genera todas las dudas. El seme de mi compañera puede ser la hostia, y sí, realmente puede romper mi centro con una entrada potente, pero no tiene por qué suceder. Da igual lo que me haga sentir, yo tengo que sobreponerme a ello. Generar una energía de respuesta igual o mayor, y en absoluto caminar por senderos que lleven a la derrota. Y ya no estoy hablando de puntuar. El miedo paraliza o empuja. No pueden ser las dos a la vez. Si siento que me bloqueo, me obligo a dar un paso hacia delante. De repente estoy en su distancia de ataque. Ahora cuerpo, mente y shinai tienen un nuevo desafío: resolver la situación. No hay lugar para el miedo porque el miedo surge de la indecisión, también como respuesta natural a lo desconocido.

Si tuviera que imaginar la incertidumbre, la describiría como niebla. No ver nada más allá de tu nariz. Eso puede pararte o puede impulsarte. Estar en la niebla es una sensación desagradable que creo que compartimos todos: no saber qué hacer en situaciones (¡o etapas!) concretas. En una competición, que el kenshi se cierre en banda; en clase, que tu compañero no esté siendo un buen motodachi; en la vida, que un golpe nos impida continuar. Lo bueno y malo del kendo es que ese kenshi fuerte y ese compañero despistado puedo ser yo en diferentes días, y esa vida tocada, la mía.

jueves, septiembre 11

Mantener el contacto

Me siento perdida cuando hacemos entrenamientos técnicos, y además, con bastante frecuencia. Cuando todos mis compañeros parecen entender los gajes de la presión aquí, zanshin siempre, entonces el otro reacciona y tu reacción a esa reacción es otra técnica, yo aún estoy tratando de entender quién hace qué en los ejercicios y cómo superar la dificultad añadida de que los kenshis a mi alrededor están a años luz de mí. Nos explicaba el sensei que el kendo es una pregunta y respuesta constantes, y que para cada pregunta hay muchísimas respuestas; no podemos prefijarlas porque entonces estaríamos flanqueando posibles salidas a nuestra mente. De esta manera, practicamos varias situaciones de combate con el fin de moldear el instinto, conseguir que salgan de nuestro cuerpo sin necesidad de pensarlas. Lo que viene a ser una reacción, claro está. Como cuando alguien te tira una pelota: la coges o te apartas. Si nos dijéramos que siempre que vemos una pelota hay que atraparla, no se nos ocurriría ni por un segundo apartarnos de su dirección. Supongo que con las técnicas, con el kendo en esencia, es igual. El compañero te habla y tú respondes, pero no te habla solo con lo que hace, sino también con lo que implican su movimiento de pies, sus gatillos... su expresión corporal.

Con todo, he llegado a una conclusión: cuanto más entiendo de kendo, más difícil se me antoja. En un combate no solo debo estar atenta a lo que veo en el otro y a su presión, sino que además tengo que estar valorando (un sinfín de) opciones diferentes. Le veo el kote, al instante ya no, luego lo vuelve a enseñar y su presión cambia. Mi shinai responde mientras tanto. En algún momento podré atacar o crearle las ganas de atacarme para hacer una técnica, pero el plan puede cambiar al segundo, bien porque se ha percatado de mis intenciones o bien porque ha visto hueco. Entonces entra el verdadero valor de una técnica perfeccionada a la altura de lo instintivo. ¿Podría decir que la explosividad y espontaneidad con la que el cuerpo reacciona a un patrón intrínseco son las claves para ganar un combate? ¿Y dónde queda todo lo demás?, ¿la respiración, la postura? ¿Y qué significa ganar? No hablo de shiai, sino a nivel personal y con los compañeros del dojo. Quizás sea en el sentido de "he ganado porque he comprendido lo que transmite mi compañera". Aunque puesta a reflexionar, sería más adecuado decir "decodificar" en vez de "comprender", porque la información está ahí siempre, pero se vuelve inútil si el que la obtiene no sabe leer.